Feast of Our Lady of Guadalupe

Our Lady of Guadalupe

12 December 2018

Today we observe with great joy the miraculous event 487 years ago by which the Blessed Virgin Mary made herself known as Holy Mary of Guadalupe.  Her appearance is referred to as “mestiza,” meaning someone of mixed race.  The description of her beauty tells us of the harmony in the mix of her Spanish and Indian features.  With the beauty and the harmony of that mix in mind, I want to make a simple observation about a lesson for us on this feast of Our Lady of Guadalupe.

Mary is the woman of faith who said “yes” to God the Father.  Her “yes” resulted in the fulfillment of God’s plan to come close to us, to “mix” with us in our very flesh.  Mary is the example to us of how to live in harmony with God such that our humanity and divine grace mix to create beauty and praise to God.  Mary appeared in a place marked by the error of false religions and the brutality of human sacrifice offered to false gods.  Thus, we can say her appearance also places in contrast the ugliness that develops when we fail to live in harmony with the beauty of God’s image, an image and likeness He made to be reflected in us.  The appearance of the mestiza beauty of the Virgin of Guadalupe reminds us that we are not made to mix with sin, which deforms our appearance and our dignity.

The Prophet Isaiah says, “How beautiful upon the mountains are the feet of him who brings good tidings” (Is. 52:7).  My brothers and sisters, to honor the mestiza beauty of Mary who appeared in Guadalupe we must not stand here to honor her with our lips while our feet stand and remain in the filth of sin.  If our feet carry us here today, then we must complete our journey by moving our feet to deeper life with Mary’s Son, our Savior, Jesus.  We must move away from sin and refuse to mix with it.  We must move our feet to confession and to worship Jesus at least every Sunday and holy day at Mass.  We must live in harmony with God such that we may carry the Good News, the tidings of salvation, and draw others to conversion by the beauty of our harmonious mix with divine life.

Hoy observamos con gran alegría el milagroso evento de hace cuatrocientos ochenta y siete años por el cual la Santísima Virgen María se dio a conocer como Santa María de Guadalupe. Su apariencia se conoce como “mestiza,” que significa alguien de raza mixta. La descripción de su belleza nos habla de la armonía en la mezcla de sus rasgos españoles e indios. Con la belleza y la armonía de esa mezcla en mente, quiero hacer una observación simple sobre una lección para nosotros en esta fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.

María es la mujer de fe que dijo “sí” a Dios Padre. Su “sí” resultó en el cumplimiento del plan de Dios de acercarse a nosotros, de “mezclarse” con nosotros en nuestra propia carne. María es el ejemplo para nosotros de cómo vivir en armonía con Dios, de modo que nuestra humanidad y la gracia divina se combinen para crear belleza y alabanza a Dios. María apareció en un lugar marcado por el error de las religiones falsas y la brutalidad del sacrificio humano ofrecido a los dioses falsos. Por lo tanto, podemos decir que su apariencia también pone en contraste la fealdad que se desarrolla cuando no vivimos en armonía con la belleza de la imagen de Dios, una imagen y semejanza que Él hizo para reflejarse en nosotros. La aparición de la belleza mestiza de la Virgen de Guadalupe nos recuerda que no estamos hechos para mezclarnos con el pecado, lo que deforma nuestra apariencia y nuestra dignidad.

El profeta Isaías dice: “Qué hermosos son los pies de quien monta las buenas nuevas en las montañas (Is. 52:7). Mis hermanos y hermanas, para honrar la belleza mestiza de María que apareció en Guadalupe, no debemos estar aquí para honrarla con nuestros labios mientras nuestros pies permanecen en la inmundicia del pecado. Si nuestros pies nos llevan aquí hoy, entonces debemos completar nuestro viaje moviéndolos a una vida más profunda con el Hijo de María, nuestro Salvador, Jesúcristo. Debemos alejarnos del pecado y negarnos a mezclarnos con pecado. Debemos mover nuestros pies a la confesión y a adorar a Jesús al menos cada domingo y día santo en la Misa. Debemos vivir en armonía con Dios para que podamos llevar la Buena Nueva, las noticias de la salvación, y atraer a otros a la conversión por la belleza de nuestra armoniosa mezcla con la vida divina.